Nicolás Almagro se juega su futuro a una carta. Son los cuartos de Roland Garros y enfrente está Rafael Nadal, el ogro de la tierra. Los dos contrarios calientan bajo la lluvia, rodeados de paraguas. Se anuncia tempestad desde el cielo, hay tormenta sobre el albero. Los truenos son de Almagro, que de golpetazo en golpetazo se lleva al mallorquín hasta la muerte súbita del primer parcial. Para el murciano es ahora o nunca.
En toda su carrera, Nadal solo ha perdido dos partidos en torneos grandes tras ganar la primera manga (137-2). La presión de la estadística, la tensión del momento, el olor de la gloria, atenazan al murciano, que comienza el tie-break con una dejada incomprensible, recuerda entonces que solo gana el 47% de los desempates, hila un error tras otro (5-1) y ya no se recupera hasta la tercera manga. Ahí quedan separados de nuevo los dos tenistas por su gestión de los tantos decisivos: cuatro puntos de break juntó Almagro y ninguno le permitió Nadal (7-6, 6-2 y 6-3) camino de su quinta semifinal grande consecutiva.
El mallorquín, de nuevo doctorado como un competidor extraordinariamente fiable, buscará la final contra el ganador del David Ferrer-Andy Murray. Por el otro lado del cuadro competirán el serbio Novak Djokovic y el suizo Roger Federer.
Primero, la tarde de Almagro bajo los cielos plomizos y el agua, que al comienzo de la tercera manga amenazan con suspender el partido. El número 13 mundial aplica lo aprendido a la vera de Juan Carlos Ferrero, en cuya academia se entrena. Mientras se queja de los lloros de una niña, demuestra que ha encontrado el justo punto intermedio. No apuesta por la explosividad de los viejos tiempos, ni se pierde en arranques de ira como entonces. Tira fuerte pero no al máximo de su tremenda potencia. Busca más los márgenes de seguridad que las líneas, para no perderse como en 2010, cuando en idéntica ronda y ante el mismo contrario se inclinó con un exceso de nobleza, de tiro en tiro, por jugar a pura fuerza. En 2012, Almagro tiene en el primer saque un seguro. En tierra, puede competir con los mejores porque es difícil descolocarle, moverle cuando coge la línea y desde ella tira. En París, claro, se encuentra con un problema: Nadal, que le escanea desde el minuto uno; que poco a poco va moviéndole y le desgasta las piernas; que en seguida, era previsible, identifica dónde está la diana, en qué lugar está la vía de agua.
El mallorquín va desmontando poco a poco el hermoso revés de Almagro. En cada situación de aprieto, el campeón defensor, que solo ha cedido un break en todo el torneo, recurre al plan de siempre. Saque al revés. Irremediablemente, eso desplaza al murciano y provoca un fallo o le deja la pista abierta para que le remate su contrario.
Una vez que eso ocurre, Almagro queda reducido a bellos zarpazos, pero ya es solo un león herido: un tenista peligroso, pero más muerto que vivo. Nadal le domina desde el control de los errores no forzados (16 por 43, además de 33 ganadores por 39), supera al sueco Bjorn Borg en victorias en París (50) y se acerca al argentino Guillermo Vilas, el hombre que más partidos ha ganado en la historia de la catedral de la tierra (58). Alcanzar esa marca parece cuestión de tiempo, salvo que medie lesión o retirada. Sin ceder un set hasta semifinales, Nadal camina y la tierra tiembla a su paso.
El Pais.
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