Es mejor que nadie mire las predicciones que había para el tenis el pasado 1 de enero. Son papel mojado, no sirven para nada. La pelea entre Murray y Djokovic, que debía ser la narrativa de los meses siguientes, se ha diluido en solo tres meses. Ninguno de los dos está brillando, parecen fuera de forma y lejos del nivel competitivo que se espera de dos maestros. Se suponía que si no eran ellos iba a ser la nueva generación, los Kyrgios y demás, que están jugando a un muy buen nivel.
Ahí están, pero no, tampoco son ellos. La historia de este inicio de temporada es, una vez más, el duelo entre Roger Federer y Rafa Nadal. Como en los viejos tiempos, los que tanto hicieron disfrutar al aficionado. Hay, eso sí, un pequeño cambio en la idea que todo el mundo tenía de este duelo: ahora gana el suizo. Y con cierta soltura, además.
Hay un millar de lecturas para todo esto, aunque la primera es recordar que nunca se puede enterrar a quienes son dos de los mejores jugadores de todos los tiempos. Los 35 de Federer y los 30 para 31 —y bastante castigados físicamente— de Nadal no dejan de ser cifras ceremoniales, recordatorios de que nos han dado mucho. Es evidente que el tenis de ambos está en un momento excelso, que el físico no es un problema. Hasta se metieron una final de cinco sets en Australia entre pecho y espalda.
Federer, casi confirmado, sólo disputará Roland Garros
También sabemos que Federer está jugando, por increíble que esto parezca, el mejor tenis de su carrera. Algunos ajustes han hecho que el jugador más perfecto jamás visto lo sea aún más. Y que, por el momento, solo se ha jugado sobre cemento. Y esto no deja de tener su importancia, pues hay algo clave en este deporte, que es la superficie. De momento el tenis se ha movido en territorio Federer, ahora llega la primavera y con ella un universo de pistas anaranjadas, el entorno tradicional del tenis español, el paraíso absoluto para Nadal. No tendrá la competencia del suizo, que tras su victoria en Miami dijo que su temporada de tierra casi seguro solo se ceñirá a Roland Garros.
La primavera de Nadal
En la agenda del español hay viajes que recuerdan las mejores cosas. Montecarlo (9), Barcelona (9), Madrid (4), Roma (7), Roland Garros (9). Aunque parezca increíble, que lo parece, la cifra que acompaña cada uno de esos torneos corresponde al número de veces que lo ha ganado el manacorí. Si creen que hay algo parecido en el deporte al dominio que tiene Nadal en tierra batida, prueben de nuevo.
Sí, es cierto, en los dos últimos años solo ha metido en el zurrón dos de esos torneos, Montecarlo de 2015 y el Godó del pasado año. Pero ese Nadal no era este Nadal, sino un mar de dudas y un amasijo de problemas físicos y mentales que le alejaban de su mejor versión. Incluso el mayor titán falla cuando las piernas no están y no se cree que el objetivo puede lograrse. Pero ese, de nuevo, no es el Nadal que se está viendo en este 2017, un jugador en plenitud, con el repertorio de golpes afinado y el hambre en estado de revista.
Y a todo esto ¿qué es lo que hace Nadal tan especial en tierra batida? Pues un juego que parece diseñado para esa superficie, casi la perfecta coalición entre el terreno y el hombre. La arcilla es lenta y bota alto, es su característica con respecto a las otras superficies. La bola de Nadal gira mucho y vuela alto, cuando besa el suelo se enrabieta y viaja hasta la altura de la cabeza del rival, que no sabe bien cómo responder a ese ataque.
El juego en la tierra es lento
Los tenistas están acostumbrados a actuar a la altura de la cadera. De ahí sacan sus golpes mortíferos, en esa posición pueden pasar al ataque. Nadal en tierra no permite la comodidad del rival, que no puede más que intentar darla, meterla en pista y soñar con que en el siguiente golpe el español se equivoque. El juego en la tierra es lento, empuja a los jugadores a los intercambios largos. Ahí entran en juego las piernas y la fatiga, dos cuestiones en las que Nadal siempre ha sido uno de los más privilegiados. Nadal ha tenido problemas de lesiones, pero no físicos. Normalmente está fino, rápido y llega a todo. Es capaz de aguantar los peloteos más largos porque, además, él nunca se rinde.
La tierra tiene también algo que Nadal agradece, y es que iguala a todos en el saque. Es menos venenoso y los grandes pegadores no tienen la capacidad de sacar su servicio con facilidad y la guerra psicológica se equilibra. Porque Nadal sabe que habrá opciones para romper el saque del rival, algo que en las pistas duras es más complicado. Y se puede jugar más el suyo, porque cree que va a tener opciones de redimirse en el caso de fallar. La pescadilla que se muerde la cola.
Hay, además, un factor emocional. El tenis es un deporte individual en el que estar centrado y sin fantasmas es incluso más importante que en cualquier otra disciplina. Para Nadal volver a la tierra es el retorno al hogar, a una rutina en la que se sabe favorito y muchas veces vencedor. Caminar por los clubes en los que se disputan estos torneos es saberse respetado por todos y temido por los rivales. Nadie quiere a Nadal como rival en un partido de tierra batida, y el español sabe perfectamente cómo gestionar esas emociones para extremarlas.
Las previsiones no valen para nada. Habrá que ver si el nuevo revés de Federer es tan mortífero en tierra. Si los ajustes que ha hecho Nadal esta temporada estallan definitivamente sobre la arcilla. También lo que tengan que decir el resto, empezando por Djokovic y Murray, que no dormirán eternamente. Porque del mismo modo que los dos hombres que marcaron el tenis de las últimas décadas han vuelto para darnos tres enfrentamientos de lujo, los otros, que tampoco son mancos, están en disposición de hacer lo mismo. Y si vuelven, y se une alguno más, pues mejor para el espectador: más duelos tremendos, mucho más tenis.
Gonzalo Cabeza
El Confidencial
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