Hay tenistas con mucha clase. Hay jugadores capaces de jugar grandes encuentros y de encadenar varias victorias consecutivas. Hay deportistas extraordinarios que pueden realizar hazañas difícilmente repetibles. Y luego está Rafael Nadal Parera, un tenista excelso que redujo a David Ferrer, que llegaba habiendo cedido únicamente un set en todo el torneo, a cinco juegos. Así se metió el balear en su séptima final, venciendo por 6-2, 6-2 y 6-1 en una hora y 46 minutos.
De esa forma, el manacorense está ya a un paso de convertirse en el mejor jugador de la historia sobre tierra batida. David Ferrer presentó batalla solamente en los cuatro primeros juegos.
Porque dos bolas de ‘break’ cambiaron el encuentro para él. Dos puntos en el cuarto juego del encuentro que parecían insignificantes. Dos oportunidades de romper el saque del número uno del mundo sobre tierra batida que desaprovechó. En principio no parecía excesivamente importante. En teoría, si Ferrer proseguía ese nivel de juego, llegarían más oportunidades. Pero perdonar ante Rafa Nadal tiene consecuencias. La primera de ellas, una rotura de servicio inmediata del balear y en blanco. Y esas represalias fueron a más. Porque tras conseguir cerrar su servicio con comodidad, volvió a dejar al alicantino sin hacer un solo punto con su servicio.
Era su partido. Flotaba sobre la pista y pasaba por encima del de Jávea desde el fondo de la pista. Ganaba puntos épicos después de caerse y golpear a la pelota sentado. Devolvía bolas imposibles.
Apenas erraba. Era un huracán metido en la pista y una pared cuando golpeaba un par de metros detrás de la línea de fondo. Y, obviamente, la desesperación invadió a Ferrer. No encontraba huecos. Era incapaz de cerrar los puntos y fallaba mucho más de la cuenta. En definitiva, tenía un problema: en lo que él es bueno, Nadal es aún mejor. Y se demostró en los cinco juegos consecutivos que hizo el manacorense para cerrar la primera manga.
El viento no ayudaba para redondear un espectáculo excelso. Pero para eso ya estaba el número dos del mundo, que estaba desplegando su mejor versión en este torneo. Ante un Ferrer superado, Nadal bordaba el juego. Lo hacía todo bien. Es difícil cuando el pupilo de Toni Nadal tiene un día así, cuando ofrece un recital de esa magnitud desde todos los rincones de la pista, hacer algo más que aplaudirle.
Sin embargo Ferrer tuvo suerte. En la segunda manga, con 4-1 para Nadal, cuando el número seis del mundo estaba más desbordado, la lluvia quiso aparecer en la primera semifinal del día. Y en Roland Garros, uno de los torneos más prestigiosos del mundo, donde no hay ninguna pista cubierta, en uno de los encuentros más importantes del año, se tuvo que suspender el partido.
Pese a ese parón de más de 45 minutos, tras la reanudación Nadal siguió a lo suyo. Sin perder un solo punto con su primer saque en el segundo set cerró la manga. Y sin ofrecer la más mínima sensación de debilidad venció un encuentro que le permite jugar este domingo una nueva final de Roland Garros. Pero no es una más, ya que si gana agigantará aún más la leyenda de un tenista único.
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